lunes, marzo 05, 2007

Asuntos del séptimo día

Los días domingos son un misterio. El mito del asado, las empanadas o las pastas en familia todavía sigue en pie y entusiasma a más de uno y eso hace que a veces sean días muy gratos. Pero pasadas las seis de la tarde no hay nadie que no se sienta desesperado, por eso, definir el domingo como un buen o mal día no es del todo posible. Leyendo un poco la revista peruana Etiqueta Negra.


"Me gustan los domingos porque si algo se descompone no vale la pena buscar un remedio, y también porque los periódicos engordan pero son más innecesarios. Pertenezco a los desobligados que no van a las oficinas y dispongo del lunes como de un domingo postizo. Es domingo cuando los árbitros de fútbol sufren más que los sacerdotes: se puede recuperar la fe en los estadios y salir en paz de las iglesias".

"No me gustan los domingos porque vienen después del sábado y son la víspera del lunes, lo cual los sitúa entre lo más alegre y lo más detestable, en una condición de puente que nos lleva indefectiblemente de la felicidad al desespero. Los odio porque se tiñen de las peores cosas, tanto de la resaca y el arrepentimiento por la noche anterior (bien bebida y mal dormida), como del anuncio y la ansiedad por el suplicio de una semana más en que seremos molidos por la rutina del trabajo obligatorio".
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1 comentario:

Rubén Kotler dijo...

Los domingos después que se apaga la voz del locutor trasmitiendo el clásico es terrible. La previa del clásico en voz del mismo locutor es maravillosa, nos hace creer que el día será eterno. Pero no es así. Como todo lo bueno, el domingo también viene en frasco chiquito y se termina más rápido que el buen dulce de leche...