Los bailes de la vida
Fue en los bailes de la vida
o en un bar, a cambio de pan
que mucha gente buena
hizo pie en la profesión
de tocar un instrumento, o de cantar
sin importarle si el que pago quiere oír
Fue así.
Cantar era buscar el camino
que fuera hasta el sol
tengo conmigo
el recuerdo de lo que era
para cantar nada era lejos,
yo era feliz
hasta subir los sueños
en la caja de un camión.
Era así.
Con la ropa enlodada
y el alma repleta de amor
todo artista debe ir
donde el pueblo está
si fue así, así será,
cantando resucito
y no me canso de vivir
y de cantar
Milton Nascimento Mercedes Sosa, del disco "Vengo a ofrecer mi corazón".
El Enano no le tiene miedo a nada. Excepto a los días de frío. A él le parece que en los días fríos el aburrimiento se hace largo, y su mamá no llega nunca, aunque la noche se apure en aparecer. Además, los pies se le quedan duros y piensa que no va a poder caminar más. También la panza hace lo suyo, se cierra como en un hueco helado que le tapa las ganas de reír, y para colmo las manos no tienen en donde guardarse. En esos días el Enano no sale. Se sienta frente a la ventana y mira cómo de a poco toda la calle se convierte en un sólo hielo gris.
Un cronopio pequeñito buscaba la llave de la puerta de calle en la mesa de luz, la mesa de luz en el dormitorio, el dormitorio en la casa, la casa en la calle. Aquí se detenía el cronopio, pues para salir a la calle precisaba la llave de la puerta.
de "Historias de famas y cronopios", de Julio Cortázar.
Tiene los ojos grandes y el pelo oscuro. Tiene la cara sucia y las rodillas del pantalón rotas. Tiene pedacitos de piedras en las manos de tanto atajar caídas. Tiene vértigo y tiene risa, sobre todo cuando la bici se desliza cinco metros. Es el Enano, que, poco a poco y pedal de por medio está aprendiendo a usar la fuerza de su cuerpo.
Doña Ubenza Ando llorando pa' adentro aunque me ría pa' afuera así tengo yo que vivir esperanda a que me muera.
Le doy ventaja a los vientos porque no puedo volar hasta que agarro mi caja y la empiezo bagualear.
Mi raza reza que pedirá allá en los montes de caridad no tiene tiempo ya no da más reza que reza porqué será. Valles sonoros de pedregal piedra por piedra el viento va borrando huellas a mi dolor silencio puro es mi corazón.
Me persigno por si acaso no vaya que Dios exista y me lleve pa'l infierno con todas mis ovejitas.
No sé si habrá otro mundo donde las almas suspiran yo vivo sobre la tierra trajinando todo el día.
Chacho Echenique
interpretación: Dúo salteño (Chacho Echenique y Patricio Jiménez)
Enamoradísima, una leona subió las escaleras de mármol hasta llegar al león de piedra y, tras un dulce suspiro, se quedó a su lado, inmóvil, dura. De pronto escuchó un ruido extraño: era el león de piedra que se marchaba.
en Breves historias de animales sabrosos, engreídos, enamorados, malditos, venenosos, enlatados, tristes, cobardes, crueles, espinosos (y otras historias), de Martín Sancia.
El texto que sigue lo escribí para un homenaje que le realizó mi hermano en un recital. Me costó mucho escribirlo, estoy como muda de palabras. De todas formas hoy, a un mes de su muerte, y a modo de homenaje, lo subo.
Sus manos volaron al ritmo de las melodías como pájaros en plena libertad. Su voz no se quebró nunca, ni en las peores de las tristezas, y supo desde muy chica que su destino no era sólo el de cantar. Mercedes o “Marta”, como le decía su familia, nació un 9 de julio de 1935, apenas unos días después de la muerte de Gardel. De niña sufrió frío, hambre, dolores y tristezas, como lo siguen sufriendo los niños de hoy. Con poco más que un bombo, un poncho y un amor en la valija, partió hacia Mendoza, decidida a torcer el destino de la música popular. Y lo torció nomás. Mercedes, puso en su voz a los oprimidos, volvió al seno de la tierra misma y parió la libertad de la canción. Cruzó fronteras imposibles, abrió camino para todos los músicos. Se abrazó al rock, lloró el tango, y jamás abandonó su folclore. Mercedes supo de prohibiciones, pero más supo de peleas. Mujer de brazos en alto, de lucha incansable, de libertad infinita y de voz eterna. El exilio la alejó del país cuando apenas había enviudado, y bajo su voz, tal como si fueran alas, cobijó trabajadores, estudiantes, luchadores, exiliados, madres y desaparecidos. Lo dio todo, hasta el final. Hace nada más que una semana, la “Negra”, decidió soltar su última melodía, y nosotros quedamos así de solos, así de huérfanos. Se fue como sólo saben hacerlo los elegidos, con una sonrisa de paz y la tranquilidad de haber dejado abierto el camino de la libertad, para siempre.
Martín es hijo de Guillermo Amarilla y Marcela Esther Molfino. Ellos se conocieron en 1972, en la agrupación Juventud Peronista (JP) y en 1975 tuvieron a Mauricio, en Resistencia, Chaco; en 1977 nació Joaquín en Capital Federal y en 1978 Ignacio en el exilio, en Francia. En mayo de 1979, regresaron al país y se instalaron en la provincia de Buenos Aires, donde fueron detenidos y desaparecidos. En algún momento, se dio cuenta de que sus padres no eran sus padres y comenzó una búsqueda que lo fue encaminando a las Abuelas de Plaza de Mayo. Allí encontró hermanos, tíos y una familia desmembrada por la dictadura. Se acerca el número 100, a festejar.
"Martín intentó terminar de armar algo con lo que empezaba a entender de su vida el 13 de diciembre de 2007 cuando abrió un legajo en la Comisión Nacional por el Derecho a la Identidad (Conadi). Hasta ese momento, había terminado el secundario, empezó la universidad, pero dejó todo para entrar en el conservatorio de música. En algún lugar de la provincia de Buenos Aires armó una banda y se puso a estudiar acordeón de piano, era el mismo instrumento que tocaba su madre".
Después de un año y tres meses de la Canción del domingo, estimados lectores de Sin soltar el lápiz, a partir de ahora, y no sé por cuántos meses, se inaugura la sección "Letra y música de domingo", que como verán se trata de poner la letra de la canción y además su música. Nunca expliqué las poesías, en su momento, ni las canciones que elijo subir, sin embargo esta vez lo voy a hacer. "Canción para un niño en la calle", más concretamente la "reescritura" que hace Residente de esta poesía de Armando Tejada Gómez es la que me hizo pensar en replantear esta sección. Hoy largamos, veremos.
Canción para un niño en la calle
A esta hora exactamente, hay un niño en la calle... ¡Hay un niño en la calle!
Es honra de los hombres proteger lo que crece, cuidar que no haya infancia dispersa por las calles, evitar que naufrague su corazón de barco, su increíble aventura de pan y chocolate poniéndole una estrella en el sitio del hambre.
De otro modo es inútil, de otro modo es absurdo ensayar en la tierra la alegría y el canto, porque de nada vale si hay un niño en la calle.
Todo lo tóxico de mi país a mí me entra por la nariz. Lavo auto, limpio zapato, huelo pega y también huelo paco, robo billeteras pero soy buena gente, soy una sonrisa sin dientes lluvia sin techo, uña con tierra, soy lo que sobró de la guerra. Un estómago vacío, soy un golpe en la rodilla que se cura con el frío El mejor guía turístico del arrabal, por tres pesos te paseo por la capital. No necesito visa para volar por el redondel porque yo juego con aviones de papel. Arroz con piedra, mango con vino y lo que falta me lo imagino
No debe andar el mundo con el amor descalzo enarbolando un diario como un ala en la mano trepándose a los trenes, canjeándonos la risa, golpeándonos el pecho con un ala cansada.
No debe andar la vida, recién nacida, a precio, la niñez arriesgada a una estrecha ganancia porque entonces las manos son inútiles fardos y el corazón, apenas, una mala palabra.
Cuando cae la noche duermo despierto, un ojo cerrado y el otro abierto, por si los tigres me escupen un balazo, mi vida es como un circo, pero sin payaso. Voy caminando por la zanja haciendo malabares con cinco naranjas pidiendo plata a todos los que pueda en una bicicleta de una sola rueda. Soy oxígeno para este continente, soy lo que descuidó el presidente. No te asustes si tengo mal aliento, si me ves sin camisa con las tetillas al viento yo soy un elemento más del paisaje los residuos de la calle son mi camuflaje como algo que existe que parece de mentira, algo sin vida pero que respira
Pobre del que ha olvidado que hay un niño en la calle, que hay millones de niños que viven en la calle y multitud de niños que crecen en la calle. Yo los veo apretando su corazón pequeño, mirándonos a todas con fábula en los ojos. Un relámpago trunco les cruza la mirada, porque nadie protege esa vida que crece y el amor se ha perdido, como un niño en la calle. Oye: a esta hora exactamente hay un niño en la calle, hay un niño en la calle